(o cómo reescribir "Caperucita Roja" a mi antojo con Imágenes)
Esta sesión está hecha con mucha alevosía y mucha premeditación. Nació de un deseo puramente estético que me llegó estando de gira en Valladolid al pasear por la orilla del Pisuerga. Como podréis ver, hay un pequeño senderillo que recuerda a un bosque, la inspiración me atacó y decidí que quería hacer una sesión inspirada en Caperucita Roja y el Lobo.
En términos estéticos me pareció (aunque algo manida) una idea muy atractiva, y con posibilidades visuales con las que me apetecía mucho probar, el “problema” vino cuando empecé a plantearme qué era exactamente lo que quería transmitir con estas fotos, si por el puro goce estético iba a ignorar o pasar por alto las implicaciones que (yo creo) tiene el cuento.
Todos los cuentos cumplen con una función y tienen una moraleja, y yo he crecido alimentada por estos cuentos que me han hecho soñar y pensar (y me encantan y no quiero rebatir su función y los seguiré contando ad infinitum a todos los niños que se crucen en mi camino).
“Caperucita Roja” fue pensado para advertir a las niñas de “las intenciones ocultas de sus pretendientes”, o sea que cuando un Lobo te invita a merendar, realmente no es merendar lo que quiere aunque el acto devorativo pase por su mente.
Esta no es la moraleja que yo quería transmitir con mis fotos, porque soy mujer y me frustra vivir en un mundo en el que tengo que estar doblemente alerta: porque el mundo es “hostil y peligroso” y porque (encima) tengo la “mala suerte” de ser mujer.
No quería hacer apología del “tall dark stranger” (por muy atractivo que pueda ser Tomy Álvarez en estas fotos, que yo creo que así es), ni quería ir dando advertencias a las pobres damiselas indefensas del mundo que llevan minifaldas y cuya “culpa es de las madres porque las visten como putas”.
No.
Me he tomado la libertad de reformular el cuento a mi antojo, y aunque se me tache de tratar de ser “politicamente correcta” mi intención no es ser conciliadora.
Por eso, quiero hablar de “Un cuento sobre el consentimiento”, en el que el Lobo (no el lobo como animal del que hablaba Félix Rodríguez de la Fuente, sino el “Lobo metafórico), a pesar de lo que ancestralmente se considera su instinto, aprende el valor del NO, que “no” no es “es que se está haciendo la dura” o “se lo ha buscado por calentarme”.
No.
El NO es NO.
Y mi Lobo aprendre el valor real del consentimiento y en un giro feminista (spoilers, os voy a reventar todo el cuento) deja a Caperucita ir e incluso, le presta su abrigo de piel.
¿Es naive? Probablemente, pero es que prefiero aspirar a un mundo en el que los lobos comprenden el valor del consentimiento, y un mundo en el que las caperucitas no tienen por qué asustarse por ir solas por el bosque (con o sin minifalda).
Y esta es mi aportación fotográfica en pro de ese mundo que no creo que llegue a ver pero al que (espero) nos encaminemos y aspiremos.
En términos estéticos me pareció (aunque algo manida) una idea muy atractiva, y con posibilidades visuales con las que me apetecía mucho probar, el “problema” vino cuando empecé a plantearme qué era exactamente lo que quería transmitir con estas fotos, si por el puro goce estético iba a ignorar o pasar por alto las implicaciones que (yo creo) tiene el cuento.
Todos los cuentos cumplen con una función y tienen una moraleja, y yo he crecido alimentada por estos cuentos que me han hecho soñar y pensar (y me encantan y no quiero rebatir su función y los seguiré contando ad infinitum a todos los niños que se crucen en mi camino).
“Caperucita Roja” fue pensado para advertir a las niñas de “las intenciones ocultas de sus pretendientes”, o sea que cuando un Lobo te invita a merendar, realmente no es merendar lo que quiere aunque el acto devorativo pase por su mente.
Esta no es la moraleja que yo quería transmitir con mis fotos, porque soy mujer y me frustra vivir en un mundo en el que tengo que estar doblemente alerta: porque el mundo es “hostil y peligroso” y porque (encima) tengo la “mala suerte” de ser mujer.
No quería hacer apología del “tall dark stranger” (por muy atractivo que pueda ser Tomy Álvarez en estas fotos, que yo creo que así es), ni quería ir dando advertencias a las pobres damiselas indefensas del mundo que llevan minifaldas y cuya “culpa es de las madres porque las visten como putas”.
No.
Me he tomado la libertad de reformular el cuento a mi antojo, y aunque se me tache de tratar de ser “politicamente correcta” mi intención no es ser conciliadora.
Por eso, quiero hablar de “Un cuento sobre el consentimiento”, en el que el Lobo (no el lobo como animal del que hablaba Félix Rodríguez de la Fuente, sino el “Lobo metafórico), a pesar de lo que ancestralmente se considera su instinto, aprende el valor del NO, que “no” no es “es que se está haciendo la dura” o “se lo ha buscado por calentarme”.
No.
El NO es NO.
Y mi Lobo aprendre el valor real del consentimiento y en un giro feminista (spoilers, os voy a reventar todo el cuento) deja a Caperucita ir e incluso, le presta su abrigo de piel.
¿Es naive? Probablemente, pero es que prefiero aspirar a un mundo en el que los lobos comprenden el valor del consentimiento, y un mundo en el que las caperucitas no tienen por qué asustarse por ir solas por el bosque (con o sin minifalda).
Y esta es mi aportación fotográfica en pro de ese mundo que no creo que llegue a ver pero al que (espero) nos encaminemos y aspiremos.